¿Tienes necesidad de comerte una hamburguesa del McDonald’s?
¿Cuando quedas con los amigos acabáis cenando en un restaurante de comida rápida?
¿Prefieres un cuenco de patatas fritas en lugar de uno de ensalada?
Un estudio reciente realizado por científicos de The Scripps Research Institute, en Estados Unidos, ha revelado que los mismos mecanismos moleculares del cerebro que propician la adicción a las drogas se desarrollan cuando se come comida basura.
La investigación, dirigida por el profesor de dicho instituto, Paul J. Kenny, ha establecido, por tanto, que la ingesta compulsiva de comida basura sería extremadamente difícil de parar, del mismo modo que es muy difícil dejar las drogas.
Para llegar a esta conclusión el equipo de Paul J Kenny hizo un experimento con ratas. Para este experimento utilizó tres grupos de ratas:
- El primero sólo tenía acceso a comida para ratas común.
- El segundo podía comer comida basura durante una hora al día y el resto del tiempo tenía agua y comida común a su disposición.
- El tercer grupo contaba con una provisión ilimitada y durante todo el día que incluía comida basura y comida común para ratas.
Pasados unos meses, Kenny quitó la comida basura de las jaulas de las ratas y se observaron efectos muy inmediatos y a la vez chocantes: las ratas que habían tenido acceso ilimitado a la comida basura entraron en huelga de hambre como si hubieran desarrollado aversión por la comida sana. Esto se producía porque dichas ratas tenían el sistema de recompensa atrofiado y comían comida basura compulsivamente. Éstas preferían soportar las descargas eléctricas que contenía la jaula, incluso cuando la comida común para ratas estaba disponible sin castigo.
Según Kenny, estos resultados, obtenidos en este trabajo de investigación, que duró casi tres años, confirman las propiedades adictivas de la comida basura, que es toda aquella que contiene altos niveles de grasas, sal, condimentos o azúcares, así como numerosos aditivos alimentarios, como el glutamato monosódico (potenciador del sabor) o la tartracina (colorante alimentario).
Además de con la obesidad, este tipo de comida, que tiene poco alimento, suele relacionarse con enfermedades del corazón, la diabetes del tipo II, las caries y la celulitis.

Stice descubrió, ante el helado, que los adolescentes delgados con padres obesos experimentan una mayor descarga de dopamina que los hijos de padres delgados.
Ese placer innato por la comida impulsa a ciertas personas a comer de más. Justamente, porque comen de más, Stice, igual que Kenny, afirman que el circuito de recompensa comienza a acostumbrarse y a responder cada vez menos, provocando que la comida cada vez les satisfaga menos e impulsándoles a comer cada vez más para compensar.
Que tengamos preferencia por la comida basura tiene sentido ya que el gusto nos permite distinguir tanto fuentes de alimentos y potenciales toxinas como escoger acuerdo a nuestros gustos y necesidades metabólicas. Aunque algunas preferencias son innatas.
El circuito de recompensa cerebral es la parte del sistema nervioso central que enlaza los grupos de neuronas, que son las células del cerebro, que producen sensaciones intensas de placer y satisfacción. El circuito incita a grabar y repetir las experiencias que nos resultan agradables.
Dentro de este circuito se encuentra el núcleo accumbens que se encargar de regular la recompensa, y el responsable del refuerzo de los comportamientos aprendidos.
Cuanto más fuerte sea esta red neuronal, mayor será la tendencia a repetir la acción.

Por lo tanto no hay dudas de que la comida basura rica en sal, azúcar y grasa genera trastornos en los mecanismos biológicos, que son tan poderosos y difíciles de combatir como el abuso de las drogas. Y ya que el uso de las drogas está reglamentado, ¿no es hora ya de imponer regulaciones más duras en este tipo de comida?
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